Alí Babá y los 40 libros
Melissa Merlo
Alí Babá, experto ladrón y audaz engañador, pasó
y pasará su vida en las páginas de un libro que cuenta sus aventuras osadas y excitantes.
En la Escuela “Luis Gamero” de Danlí, leíamos un libro por semana del año
lectivo, 40 libros al año por 6 años. Estaba yo en tercer grado de la escuela
primaria cuando leí Alí Babá por primera vez. Pasta dura, imágenes de colores
fuertes y vivos, suave al tacto y a mi memoria. Ahora descubro que no lo tengo
en mi biblioteca personal, escribo su nombre en el computador, doy un click y
aparecen en la pantalla 40,000 versiones del libro. Debo escoger una.
Dice
Pierre Lévy, filósofo y escritor tunecino, que “la plataforma” (así le llama él
al programa, aparato electrónico o impreso) en que leamos puede variar, puede
modernizarse, puede pasar del libro impreso al libro virtual. Definitivamente
vivimos otras épocas. Yo, ardua defensora del libro impreso, casi con yelmo y
espada al cinto, he atacado las versiones virtuales de los libros, preocupada
por el futuro del libro como yo lo concibo. Pero ¿cómo lo concibe el mundo
actual? ¿la educación? ¿los jóvenes? Las concepciones han cambiado por los
pasos agigantados con que avanza la tecnología, que ha dejado atrás a la
ciencia, que de lejos mira los procesos casi obsoletos que los sistemas
educativos se empeñan en seguir usando. El libro y su nueva accesibilidad
ilimitada, es la evidencia clara de que el mundo evoluciona sin pedir permiso.
Pienso
en que la clave podría estar en la coexistencia del libro impreso y el libro
virtual. Coexistencia que vendría a favorecer el fomento de la lectura, hábito
necesario para la formación del ser humano. La falta de conectividad en las
zonas rurales, o durante los paseos en zonas al aire libre, o en la fila de las
agencias bancarias, nos sugiere de compañero un hermoso libro impreso. Sin
embargo, las aulas de aprendizaje, las conferencias aburridas, o simplemente un
tiempo libre inesperado, invitan a la lectura en un aparato móvil. Parece que
cada plataforma de lectura, como diría Lévy, tiene su funcionalidad y cumple un
objetivo determinado. Por lo pronto, sigo pensando que el libro impreso tiene
más magia que el virtual, pero el virtual despierta en mí esa capacidad de
asombro tan necesaria.
Borges
decía que “hay quienes no pueden imaginar
un mundo sin pájaros; (…) en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un
mundo sin libros…” y esto me devuelve al pensamiento de que hace muchos
años no releo la historia de Alí Babá y
los 40 ladrones, y que, hace muchos años también, no leo un libro semanal
de acuerdo al hábito aprendido en mi escuela primaria, mea culpa. He decido,
después de semanas de lecturas y de discusión con amigos, colegas y
principalmente conmigo misma, que el futuro del libro está en manos de cada
quien. Virtual, digital o impreso, el libro seguirá siendo la extensión de mi
memoria, así palpite suave y pesado en mis manos, o descolgado de una nube
ciberespacial que lo haga llover para mí. Letras impresas o pixeles, diferencia
abismal para mis años y mis gustos, pero al mismo tiempo, espacios de lectura
que dejarán tanta huella en mí, como lo hizo Alí Babá en los 40 barriles que
esconderán por siempre, impresos o virtuales, a los 40 ladrones que hicieron de
mi niñez un disfrute sin par.
El cántaro roto. Octavio
Eric Whitacre and his Virtual Choir, with the poem "El cántaro roto" by Octavio Paz
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