Melissa
Merlo. Escritora y Catedrática Universitaria
UPNFM
SPS 2015
Conferencia
dictada a estudiantes de la Carrera de Letras en UPNFM
San
Pedro Sula
Decía Stendhal, seudónimo del escritor del realismo francés Henri Beyle
“Un libro es un espejo que pasea por una gran avenida”. Y así es, un libro, una
obra literaria, es un espejo que dependiendo de su superficie, toma la realidad
y la distorsiona, la copia exacta, la ensucia, la limpia, la hace crecer o la
empequeñece. Ahora imaginemos un cuadro, una imagen, compuesta por estos
pequeños pedazos de espejo que muestran la realidad a su manera. En donde cada
reflejo tiene su propia forma de mostrar la vida, de imaginarla, de contarla.
Imaginemos un enorme libro de historia, de esos de pasta dura, surcada por los
años, raída por entusiastas ratones de biblioteca de antaño, con páginas
amarillas, que no han sido hojeadas por más de una década, o dos. Ese gran
libro de historia que hemos cambiado por 30 segundos en wikipedia, representa,
en este caso, la vida literaria de
Honduras, y su paso por la gran avenida literaria de Centroamérica.
Es una paradoja que en las mallas curriculares de las Carreras de
Letras de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y de la Universidad
Pedagógica Nacional Francisco Morazán, únicas universidades que la sirven, la
literatura hondureña sea vista un tanto segmentada del resto del istmo. Y la
literatura centroamericana se esfuerce en el estudio de cuatro países, quitando
a Honduras de la big picture, como
dirían los gringos. Es tan inoportuno enseñar la una sin la otra, tanto como que
nuestra bandera tuviese cuatro estrellas para el estudio de la literatura
centroamericana y una para el estudio de la literatura hondureña. En este sentido
va esta disertación, exponer desde mi experiencia docente y literaria el camino
que lleva la enseñanza de la literatura hondureña en perspectiva de la
centroamericana.
La Carrera de Letras, una carrera que le es propia a la historia y a la
vida del hondureño, ha mostrado debilidades en presentarse como lo que debería
ser, un espejo del espíritu del pueblo. Estudiamos los escritores y movimientos
literarios, leemos o mal leemos las obras, cerramos los ojos al mundo exterior
y limitamos nuestro pensamiento crítico. El estudio de la literatura sin el
estudio y la práctica de la crítica literaria, limitará a un país a una
producción de libros sin ton ni son, y generará lectores pasivos, o correrá a
los exiguos grupos de lectores ya existentes. La práctica de la crítica
literaria, ya sea insipiente, o en alto nivel como la de Julio Escoto y Hellen
Umaña, es la única que llevará a la literatura hondureña al nivel que le
corresponde, y de ahí partir por un camino mejor definido, adusto al principio,
pero perfilando calidad. La cátedra de literatura hondureña en ambas
universidades, tiene muchas fortalezas. Se estudian los periodos literarios, y
autores y obras desde las perspectivas de escritores historiadores como Rafael
Helidoro Valle con su obra “Historia Intelectual de Honduras”, Mario Argueta
con “Los géneros literarios en Honduras”, Rigoberto Paredes con “Honduras,
medio siglo de historia literaria, Francisco Salvador con “Breve historia del
teatro en Honduras”, Oscar Castañeda con “Panorama de la poesía hondureña”,
Arturo Alvarado con “El romanticismo en Honduras”, Roberto Sosa con “La
generación de la Dictadura”, Hernán Antonio Bermúdez con “Cinco poetas
hondureños”, Julio Escoto con “La narrativa hondureña”, Manuel Salinas con
“Breve reseña del cuento hondureño”, Ramón Oquelí con “Los hondureños y las
ideas”, Juan Antonio Medina con “Historia de la Literatura Hondureña”. Libros
de alto valor para la enseñanza de la literatura hondureña. Aun con estas
obras, propuestas incluso en el pensum de las carreras, se quedan muchas obras
por fuera que se deben estudiar e incluso analizar, como los diccionarios de
obras literarias y diccionarios de autores hondureños recopilados por Mario
Argueta y José Dolores González, y otros más.
En la enseñanza de la literatura centroamericana estudiamos la obra de
Martín Gerald, “Hombres de Maíz”, de Diante Liano la “Visión crítica de la
literatura guatemalteca”, de José Mejía “Los centroamericanos”, de Carlos Cañás
su “Diccionario de autores salvadoreños”, Manuel Salinas Paguada su “Narrativa
contemporánea de la América Central”, de Fernando Gracia “Hacia una crítica
literaria contemporánea” y otras obras equivalentes. Dónde está el estudio de
la producción moderna. Dónde la lectura de las obras literarias que definen
esta Centroamérica de hoy. Qué generan los postgrados en este campo para
beneficio de la carrera de letras. Quiénes definen cuándo y dónde comenzaremos
a estudiar a los escritores de hoy. Pues eso lo definiremos nosotros mismos,
desde la cátedra, desde la oficina, desde el hogar. Es cuestión de tomar la
decisión de mejorar nuestra vida, de construir conocimiento, de generar
belleza, de permitir que la literatura deje de ser una clase más de la malla
curricular y se convierta en un fundamento que defina nuestra idiosincrasia.
Qué hacemos entonces con las obras sugeridas para lecturas. Los
docentes y los estudiantes debemos salir del letargo de lectura en el que las
circunstancias educativas y académicas nos han imbuido, debemos abrir nuestras
mentes, y como el pájaro azul de Darío, dejar salir ese espíritu crítico
literario, ese espíritu que es por naturaleza divina un ávido lector, porque se
nutre del conocimiento de lo hermoso, y permitirle leer, conocer, devorar, e
incluso vomitar, esos libros nuevos y antiguos que nos definen como hondureños,
que nos definen como humanos. La lectura es la única que tiene el don exquisito
de volvernos inevitablemente mejores. Los docentes y estudiantes de la Carrera
de Letras, de la enseñanza del español, tenemos la admirable responsabilidad de
construir en los hondureños de todas las edades, una plataforma que les permita
conocer el idioma, manejar el idioma, usar el idioma. El idioma que no se usa,
que no se maneja, que no se conoce, es una cara triste en un cuerpo errante.
Sin embargo una lengua agraciada, parlanchina, preguntona, curiosa, coloquial,
conocedora, crítica, académica, es la que determina el tamaño del haz de luz
que guía nuestro camino por la vida.
En Nicaragua, las carreras de letras y de enseñanza del español, tienen
una cátedra dedicada en exclusividad a Rubén Darío. No existe un nicaragüense
que no conozca casi al dedillo la vida y obra de Darío. No existe un
centroamericano que no pueda recitar aunque sea los primeros versos de “A
Margarita Debayle”. Y por qué conocemos ese poema de Darío, porque los
nicaragüenses decidieron apostar, hace mucho tiempo atrás, por la difusión del
arte y la literatura de su pueblo. El pueblo nicaragüense decidió demostrar su
amor por la literatura, y expuso al mundo entero su principal prodigio, Felix
Rubén García Sarmiento, su Rubén Darío. Y cómo lo hizo Nicaragua, definiendo
políticas de estado referentes a la lectura y a la educación que permitieran al
sistema educativo basar en su literatura un pilar fundamental de la vida del nicaragüense,
su identidad. Es así, que en Nicaragua los libros se venden en casi todas las
esquinas, en las tiendas pequeñas y grandes, incluso en las gasolineras. Y
además los precios de los libros son tan accesibles, que leer se vuelve un
hábito en la cola del banco, en el salón de belleza y en los parques.
En Costa Rica, en donde obviamente los libros tienen un valor más alto,
el camino escogido fue el de apostar al sistema educativo, y este en
consecuencia, le imprime un alto porcentaje del tiempo de estudio y del tiempo
de trabajo independiente del estudiante a la lectura. En este sentido los
costarricenses leen primero a los costarricenses. Incluso hay un grupo selecto
de escritores de esta época que se está dedicando a escribir sobre la filosofía
del costarricense, y en sus libros realzan el valor existencial de las obras
literarias.
En Guatemala el primer libro que se lee es por supuesto Señor
Presidente, de Miguel Ángel Asturias, sería nuestro equivalente moderno a Los
pobres de Roberto Sosa, o a Prisión Verde, de Ramón Amaya Amador, libro que
mantendrá en el limbo su pertenencia literaria, hasta que sus detractores
pierdan la memoria. Sería interesante saber, como docentes y estudiantes de
literatura, cuál es el poema hondureño que sabemos de memoria, cuáles son esos
versos que decidimos aprender para esa ocasión que siempre llega y que nos
requiere lanzarlos en voz alta en un evento cívico, en un encuentro romántico,
en una huelga, o en una noche bohemia. O es que no sabemos ninguno.
Durante estos últimos 10 años, en donde el internet ha acortado los
espacios y los tiempos, vemos las redes sociales inundadas de invitaciones a
encuentros de escritores, lecturas de poesía, y otras manifestaciones
literarias por todo Centroamérica. Desde Honduras, escritores jóvenes
principalmente, viajan de un país centroamericano a otro leyendo sus escritos,
compartiendo sus memorias, llenándose de la literatura que habita en las
esquinas. La pregunta obligada es, cuántos docentes y estudiantes de literatura
viajamos a los otros países centroamericanos a encuentros, a congresos, a
foros, a eventos culturales. El asistir a un encuentro literario no es sinónimo
de juerga, de mochilero, de estilo descuidado, es sinónimo de búsqueda, de
abrazo, de compartir una fuerza de identidad que solo se manifiesta en la
literatura. El vino, el humo del cigarro, la entrañable plática a las 3 de la
mañana, es solo un bienvenido daño colateral.
El Salvador, Nicaragua y Honduras se han caracterizado en los últimos
años por ser los protagonistas de estos encuentros de escritores. Las personas
interesadas en promover este tipo de encuentros se caracterizan por ser
curiosos, amables, solidarios, deseosos de dar a conocer, de absorber lo que
viene de otros países, de interpretar, de ubicar su literatura en torno a la
literatura centroamericana. Esta curiosa pero definida labor, debería ser
táctica y estrategia de las Carreras de Letras de toda Centroamérica, asimismo
como ustedes lo están haciendo este día, en donde la literatura hondureña y centroamericana
se posicionan desde la perspectiva de la academia, y toma sentido cualquier
tipo de estudio literario y reflexión sobre este maravilloso hecho. Pero cuando
la literatura no encuentra eco en la academia, toma sus propios caminos, nadie
puede detenerla, su condición de ente multidimensional la obliga a surgir bajo
cualquier circunstancia. Pero solo el ojo crítico, estudiado, leído, podrá
identificar la literatura esencia, la literatura alma, la literatura espíritu,
y podrá gritarla, cantarla, criticarla, amarla. El otro ojo, el apagado, el
ocioso, el apático, solo podrá ver, leer y callar.
Desde la cátedra hondureña y centroamericana, la literatura debe tomar
la delantera. Docentes y estudiantes debemos leer más, curiosear más, criticar
más, escribir más, viajar más. Solo en el estudio del contexto social y
regional, es que la literatura puede tomar sentido en el aula de clase para
poder ser traducida al pueblo de forma natural y no impuesta.
Cuál es el libro que andamos bajo el brazo, o en la cartera, o en la
mochila. Cuál es ese compañero reservado para los momentos solitarios, cuál es
ese autor que nos desvela, que nos hace apagar la televisión, y alejarnos del
celular, cuál es esa historia que nos hace partícipes de un amor, de un
encuentro furtivo, de una muerte, de una revolución. Cuál es ese espejo en el
que vemos una historia contada por otros ojos, con otras palabras, con nuevos
versos. Definamos el camino que llevará a la literatura hondureña a
posicionarse en el lugar que le corresponde en Centroamérica y en el mundo.
Muchas gracias.
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